Investigación y texto: Óscar Zapata Hincapié
Durante el siglo XIX, en medio del ancón sur y el ancón norte del Valle de Aburrá, estaba Medellín, un villorrio que se expandía sobre un espacio geográfico de constantes desafíos naturales. Lo atraviesa un río como vértebra principal al cual numerosos caudales que discurrían desde las montañas circundantes, le tributaban. Había agua en abundancia y en invierno, constantes “avenidas” se registraban, dejando a su paso un suelo húmedo, fangoso y repleto de limo, lo que obstaculizaba el tránsito de personas y animales de carga. La idea de tender puentes para facilitar el paso fue una necesidad perentoria para garantizar la comunicación de la sociedad. A partir de entonces, para la unión de las orillas de las quebradas y del río, se tendieron rústicos puentes que con el pasar de los años se fueron cambiando por otros de mejor estructura y fina mampostería, permitiendo al paseante no sólo el tránsito, también un encanto estético.
A principios del siglo XX la ciudad de Medellín era más dinámica, con la mejoría y aperturas de nuevas vías, el avance en la técnica de la comunicación la ponía en la vanguardia de las ciudades modernas, con la introducción de nuevos vehículos de carga de tracción animal y los de motor que empezaban a dominar las calles de la ciudad. Pero ese avance traería notables peligros. Con el propósito de reducir y principalmente la de evitar los accidentes en las vías, el concejo de Medellín expidió el Acuerdo No. 38 de 1913 con el cual se establecía el reglamento a los vehículos de ruedas:
La velocidad máxima de los vehículos de carga no excederá, dentro de la ciudad, de cinco kilómetros por hora, o sea del natural de un hombre. La de los vehículos para pasajeros no excederá de diez kilómetros, o sea del trote de un caballo. Fuera de la ciudad la velocidad de unos y otros será a lo más de quince kilómetros por hora.
Frente a esa urgencia manifiesta, la administración municipal de Medellín, liderada por la alcaldesa Sofia Medina de López en 1976, se motivó la gestión tanto política como económica para buscar una pronta solución al precedente de inseguridad vial que registraba la ciudad. Ese proceso duró dos años en concretarse, pues en ese intersticio el concejo de Medellín recibió propuestas que se podían aplicar a la solución de este problema vial. Fueron varias las sesiones en las que se trató el tema, al final, como resultado de esa larga planeación, la administración municipal vio con beneplácito el proyecto de construir puentes peatonales en aquellos pasos viales que registraban mayor flujo humano y vehicular.Así se empezó a labrar en 1978 el proyecto denominado “Plan Puentes”, el cual tendría el respaldo del concejo en pleno y del entonces alcalde Guillermo Hincapié Orozco, pues “estos pasos elevados – informaba el Radioperiódico Clarín – servirán para descongestionar las calles de Medellín que en ciertos momentos resultan atestados de transeúntes”. El proyecto concentró una gran expectativa, lo difícil fue gestionar la financiación por parte de las empresas privadas para garantizar la ejecución de los puentes, esto debido a que la caja del erario no era suficiente para suplir la necesidad.
Aun con las incertidumbres frente al requerimiento presupuestal que el proyecto exigía, el concejo de Medellín aprobó el Acuerdo 11 de 1978, mediante el cual se procedía a implementar el “Plan Puentes”. El acuerdo quedó de la siguiente manera:
Por medio del cual se autoriza al señor alcalde de Medellín, ordenar el diseño y ejecución de unos puentes peatonales en la ciudad de Medellín.
- Puente sobre el río Medellín y las vías regionales del río, a la altura de la calle 51 (Boyacá).
- Sobre las carreras 51 bolívar, a la altura de la calle 51 (Boyacá).
- Sobre las carreras 46 (avenida Jorge Eliecer Gaitán) a la altura de la calle 49 (Ayacucho).
- Sobre las carreras 50 (Colombia) entre las carreras 64a y 64b.
- Sobre las carreras 50 (Colombia) Frente a la carrera en 66.
- Sobre las carreras 50 (Colombia) a la altura de la carrera 70.
- Sobre la autopista norte (carrera 64c a la altura de la Unidad Residencial Tricentenario).
- Autopista norte frente a la feria de la calle 104.
- Sobre carrera 51 (Bolívar) a la altura de las calles 44 (San Juan).
- Sobre la calle 44 (San Juan).
- Entre carreras 81 y 81ª. Calle 67 (Barranquilla) frente a la Universidad de Antioquia.
- Calle 33 frente a las instalaciones de la Cooperativa Cafetera.
- Autopista norte frente a la calle 65 a la altura de la Universidad Nacional.
- Carrera 66b (avenida Bolivariana) a la altura de la calle 33.
- Sobre la carrera 52 (Carabobo) y sobre las carreras 57 (avenida Alfonso López) frente al Jardín Botánico y Parque Norte.
- Sobre la calle 33 a la glorieta avenida Bolivariana.
- Sobre la carrera 80 a la altura de la calle 50 (Colombia).
- Sobre la carrera 80, a la altura de las calles 44 (San Juan).
- Sobre la carrera 51 a la altura de la calle 53 (Avenida de Greiff).
- Sobre la calle 53 (Avenida de Greiff) a la altura de la carrera 51.
- Sobre las carreras 57 (avenida Alfonso López) a la altura de la calle 51.
- Sobre la calle 65 a la altura de la carrera 80.
- Sobre la calle 44 a la altura de la carrera 70.
- Sobre la calle 44 a la altura de la carrera 52.
- Sobre la carrera 46 avenida Jorge Eliécer Gaitán a la altura de la calle 52.
- Sobre las carreras 51 (Bolívar) a la altura de la calle 48 (Pichincha)
Muchos de estos puentes fueron obras auspiciadas por empresas privadas, esa fue la gestión emprendida por la administración municipal. Por ejemplo, el 30 de julio de 1979, la Junta Directiva del Coltejer, luego de “estimar como altamente encomiable el propósito que inspiró a los señores concejales, conducentes a mejorar el equipamiento urbano, y procurar la mayor comodidad a los habitantes de la ciudad”, mandó a construir un puente peatonal sobre el río Medellín, este quedaría ubicado entre el parque industrial “los Cerezos” y la Autopista Sur. A esta iniciativa privada se le unió Almacenes Éxito, su gerente José Restrepo, le comunicó al concejo de Medellín la donación de un puente peatonal en la calle Colombia a la altura de la carrera 66. Y así, con la gestión emprendida por la administración, la consecución del “Plan Puentes” se extendió hasta 1984, año en el que el total de los puentes acordados y otros que resultaron ser necesarios incluir dentro del plan, se edificaron, obras que resultaron ser uno de los grandes logros de la acción mancomunada entre lo público y lo privado.
Luego de cuatro décadas de haberse edificado, los puentes peatonales ya no cumplían con la función de paso preventivo en las calles y avenidas de la ciudad de Medellín. Una de las acciones emprendidas por las recientes administraciones, fue la de ajardinar a estas estructuras metálicas y de cemento, para volverlas una fuente de inspiración artística, dotadas de un mágico encanto a partir de la adecuación y siembra de una vegetación híbrida que desatan el placer contemplativo sobre unas estructuras que iban a quedar yertas, vacías y por lo tanto inútiles. Las diferentes intervenciones hacen parte de una reconfiguración del espacio, de una intervención que se conjuga con el paisaje, lo que logra desatar en el transeúnte una percepción agradable sobre medio circundante de movimiento, de flujo constante y por lo tanto, de momentos de caos. Son estas ideas de planeación amparadas en el precepto ecológico, las que además de asentar las bases para ajardinar diferentes espacios de la ciudad, generan una reacción sensorial en los paseantes dominados por el vértigo de la ciudad.