Una breve historia acerca del ornato público en Medellín

El martes 2 de noviembre de 1875, la ciudad de Medellín estaba de fiesta. El motivo lo ameritaba, pues cumplía la segunda centuria de ser erigida, y para semejante jolgorio, el concejo y la alcaldía de Medellín, precedidos por Alejandro Barrientos y Macario Cárdenas, motivaron la realización de un gran desfile. En la mañana de ese martes de aniversario, se congregaron en la plaza principal las diferentes carrozas que salieron en procesión por la calle Boyacá, para luego doblar por Tenerife para ir hasta la esquina del hospital y luego subir por la calle Colombia y así volver a la plaza. Seis carrozas integraban la procesión, la primera llevaba los símbolos patrios, la segunda las representaciones religiosas del Sagrado Corazón de Jesús y la virgen de la Candelaria; proseguía la tercera con las imágenes alusivas  a la conquista española; la cuarta conducía los símbolos del progreso manifestados en la minería de oro, las herramientas y maquinaria empleada para la extracción, y por supuesto, algunos kilates del áureo metal; la quinta llevaba los símbolos de la agricultura; y en la sexta carroza, se exhibía “elegantemente dispuesto, los árboles y plantas objeto de cultivo tropical.” La vegetación no quedó por fuera de esos elementos representativos de la ciudad, todo lo contrario, se evocó a ella como otra relevante expresión de la identidad de la ciudad de Medellín.

El pasaje narrado demuestra que entre los imaginarios fundacionales de una sociedad moderna, en Medellín el gusto por la vegetación hizo parte de ese ideal, con el propósito de emular los paisajes de ciudades europeas, especialmente Londres y París. Árboles y jardines pasaron a ser parte fundamental de la planeación y desarrollo de la ciudad. Desde que Juan del Corral le confirió el título de ciudad a Medellín, el 21 de agosto de 1813, con el cual empezaba a dejar el apelativo de Villa de la Candelaria que lo había caracterizado desde su fundación el 2 de noviembre de 1675. Los habitantes a quienes se les denominaba como pobladores de la Villa, ahora eran ciudadanos. Para lograr una correcta integridad de los ciudadanos con la ciudad, fue menester aplicar criterios de civilidad fundamentados más allá de la ley y de la norma. En esa orientación compaginaron numerosos actores, quienes al ver la necesidad de cuidar, de embellecer, de asear y sanear la ciudad, empezaron a promover el civismo a principios del siglo XX, inicialmente por medio de impresos como volantes, afiches, revistas y perifoneo, a través de los cuales comunicaron las “Máximas cívicas”, en las que el ciudadano podía leer mensajes alusivos al aseo personal, al uso del jabón, a la costumbre de saludar, a lavar los alimentos; y entre tantas disertadas, unas empezaron a hacer eco en la ciudad, como la de sembrar jardines en los balcones y en los andenes.

Al final del siglo XIX e inicio del XX, la introducción del gusto por las flores se apreciaba en algunos espacios referentes de la ciudad, como fueron las plazas y calles, sobre las que, una vez revestidas de jardines y árboles ornamentales pasaron a denominarse parques y paseos respectivamente; lo que hizo de estos espacios un referente social promovido por el impulso sensorial que desataba en cada paseante la sutil belleza de un paisaje floral y vegetativo.

Plaza principal de Medellín, Melitón Rodríguez, 1886.
Parque de Berrío, Melitón Rodríguez, 1910.

En ese punto de la apropiación de los espacios, el ciudadano empezó a ejercer una especie de domesticación de la naturaleza, a incorporar elementos vegetales que se articularan a la vida común y corriente; impulso al cual lo llevó la sensibilidad a lo bello, a lo agradable a través de las flores y árboles florales y de gran dosel, para así crear una composición de lo que más tarde pasaría a ser una política de planeación: la ciudad jardín.

Con el propósito de mantener aseada y bella a la ciudad, el concejo de Medellín aprobó sucesivos acuerdos por medio de los cuales se dictaban las labores que debían contratar, tales como el personal para el aseo, “desyerbe”, siembra y mantenimiento de árboles y jardines en los parques y calles, labores que se debían de realizar en febrero, junio y octubre de cada año. En 1912 el concejo aprobó el Acuerdo número 109 por medio del cual se dotaría de 6 carros para “aseo de la ciudad”. Este fue un proceso en el que se evaluaron las mejores propuestas de diseños de los vehículos, los cuales debían tener un costo máximo de 70 pesos de oro, para un total de destinación presupuestal de 420 pesos de oro.

Archivo Histórico de Medellín, Diseño de tonel para limpieza y mantenimiento de parques y calles, tomo 309, 1910.

Los avances por establecer una ciudad jardín eran notorios; no obstante, una serie de dificultades en el órden económico y de apropiación social se empezó a evidenciar, generando así una reiterada discontinuidad en el desarrollo de la iniciativa, pues para la década de 1930, el balance dejaba muchos sinsabores, como así apareció reseñado en Letras y encajes, en la edición del 27 de octubre de 1928, al señalar que “Medellín es la ciudad sin árboles, la ciudad sin lugares dónde jugar y recrearse los niños, dónde respirar aire puro, si no son las calles llenas de polvo y de vehículos”.A través de este medio de divulgación femenino, y basadas en la crítica de que la ciudad carece de espacios como parques en los cuales se pueda contemplar jardines y árboles, relevantes mujeres de la ciudad, le expresaron la idea al municipio de poder comprar los lotes que ocupaba el circo España y la familia Sierra, entre las calles Ayacucho y Colombia y que perteneció a los herederos de don José María Sierra en el barrio de Buenos Aires. La justificación era la de poder generar  “dos respiraderos benéficos para la ciudad, provechosos para los niños que en ninguno de los barrios altos tienen un lugar público donde recrearse”.

El propósito fue el de motivar al municipio para que fortaleciera a la Sociedad de Mejoras Públicas y de nuevo impulsara “una vez más su hermoso programa de civismo”, para fomentar el reverdecimiento de la progresiva ciudad, la cual, según lo planteado por el comité femenino, era importante para “oxigenarla”, de lo contrario, “no podrá nunca ser bella e higiénica sin árboles, y que nada sacamos con decir muy pomposamente que el niño es el hombre del porvenir, si no ponemos los medios para que siquiera logre llegar sano a su mayoría de edad.”

Uno de los mayores problemas que afrontaría el ornato público sería el de la apropiación social. Si bien el componente vegetal pasó a ser parte íntegra de la planeación de la ciudad, no faltaron los problemas frente al cuidado y conservación de los espacios verdes. En 1939, en “Una lección de civismo”, Elias Uribe Uribe, escribió en la Revista Progreso, acerca de la importancia de cuidar los árboles, algo que según él, pareciera no importarle a una parte de la ciudadanía, pues señaló de que los árboles de Prado Centro estaban en pésimas condiciones por falta de cuidado. Acerca del proceso de concientizar a la ciudadanía sobre el cuidado del ornato público, el señor Uribe afirmó que era un proceso “momentáneamente difícil”.Como ejemplo, hizo alusión a la escena vivida por un integrante de la Sociedad de Mejoras Públicas, al momento de abordar y decirle a un niño que se columpiaba en un pequeño y frágil árbol, de que no lo hiciera, explicándole de que el arbusto podría salir lastimado. El niño asombrado y conmovido salió corriendo hacia donde la mamá y esta le dijo “no sea bobo mijito que la calle es libre.”

Frente a esos problemas que se estaban presentando, la Sociedad de Mejoras Públicas empezó a publicar de nuevo las “Máximas cívicas”, una estrategia de información por medio de la cual la ciudadanía empezaba a recibir mensajes alusivos al cuidado de la fauna, la naturaleza, la sanidad, la limpieza de las casas y la corporal, a las buenas acciones espirituales y morales, a la cultura en la concurrencia de los espectáculos públicos; y en entre los breves mensajes emitidos, se reiteró el siguiente: “Siembra siquiera un árbol y no habrás pasado inútilmente por el mundo.”Propender por el cuidado de la naturaleza había sido una de las razones que con más insistencia se divulgó. Era necesario fundamentar en la conciencia social un estrecho vínculo con la naturaleza. El llamado constante a la ciudadanía a sembrar y cuidar los árboles y jardines, no fue una labor o un simple capricho de paisajeros melancólicos, tanto la ciudad como sus periferias, necesitaba de la sensibilidad social para embellecer y restaurar sus espacios.  Por otra parte estaban los proyectos de infraestructura, especialmente los viales, los cuales se intensificaron a partir de 1950 en la ciudad. Esto representó de alguna manera esa puesta en escena de lo que era el modelo de ciudad desde la concepción del barón de Haussmann, el cual pensaba las ciudades desde la evocación del movimiento, del flujo, para que la ciudad circulara sanamente. Frente a las necesarias aperturas, ensanches y amplitud de calles y avenidas, como también la de remodelar la estructura de los parques, el diseño ingenieril incorporó a sus proyecciones el componente vegetal. Y es que dentro de la principal orgía de cemento y metal fundido característico de las obras, el componente vegetal debía contemplarse en su etapa final, como aquel ornamento que embellece y pasa a cumplir una función ecosistémica para el bien común, como la captación de partículas pesadas emitidas por los vehículos y la de controlar la sensación térmica de los espacios tanto de circulación y concentración de las personas.

Archivo Histórico de Medellín, Diseño de la amplitud de la Avenida Jorge Eliecer Gaitán (Oriental), Planoteca, 1970.

De lo que fue esa visión paisajera de finales del siglo XIX, de esa gestada como un ideal estético y luego de salubridad, y que fue el resultado de intervenciones guiadas por un caprichoso gusto; ahora en la historia reciente, con la estructuración de la administración municipal a partir de 1988, en la que el alcalde es electo por voto popular y una vez elegido presentar y ejecutar un plan de desarrollo, en el cual, bajo la orientación profesional, se han implementado diferentes programas que han garantizado el establecimiento del ornato público. Aparte de mantener vivo una característica que se volvió símbolo de la ciudad, como son los espacios revestidos de componentes vegetales, también es la garantía para que dentro de la planeación de la ciudad, se garantice la sostenibilidad ambiental.

En conclusión, desde los indicios históricos acerca del desarrollo urbano de Medellín, los árboles y jardines han permitido evocar una serie de reminiscencias acerca de las transformaciones del paisaje, de un paisaje urbano que se empezó a planear bajo concepciones de impulsar el “ornato público”, como bien lo explicó Diego Alejandro Molina, quien además señala que para ese ideal de “embellecer” la ciudad, se estableció, al hacer suyas las palabras de Tomás Carrasquilla: “La labor civilizatoria de la arborización”. Alhablar del valor paisajístico en la ciudad de Medellín, es hacer referencia al aporte estético que este brinda en el espacio, espacio entendido como esa dimensión en la que conviven determinados símbolos combinados entre lo vegetal, lo arquitectónico y lo social, con los cuales se determinan el paisaje.

Haz parte de vegetación espontánea

Sube tus fotografías

Regístrate y podrás subir las fotografías de la vegetación que habita en tu barrio y en tu caminar